domingo, 21 de septiembre de 2014

La teoría es la misma.


Porque a veces la determinación es viento de cola. Es infinita e inagotable fuente de fuerza, convicción, combustible del alma que nos lleva más allá. Y todo lo que sabes, todo lo que esperás realmente vale la pena. Todo tiene un sentido porque hay una causa.
Pero… poner en duda todo, todo el tiempo no se si sea una premisa sana. “la primera persona es el ego, y muchos te acusarán de soberbia”, me dijeron. Yo pido tiempo. Pido que ya basta por un instante. Mi pasión no es un bien preciado. Será que no genera verdes en cantidad suficiente.
Todo está de cabeza si no se pone en duda todo, todo el tiempo. Aún a expensas de no disfrutar cada instante. Es que si no se somete al juicio interminable, a la inquisición más profunda del intelecto a cada uno de nuestros instantes, ¿cómo saber que son verdadera y únicamente valiosos?

Yo sé que la perfección del lenguaje escasea en estos míseros renglones. Espero sea valedera mi absurda excusa que solo reza “no tengo palabras aún, lo sabré luego”.

martes, 19 de agosto de 2014

De la muerte

Cómo es que cuesta tanto no perder el punto de vista. La muerte está ahí, todos los días conviviendo con nosotros y, aún así, perdemos perspectiva. Todo puede pasarnos en cualquier momento, a nosotros, a cualquiera y, aún así, corremos maquinando que cada problema es el peor y que cada ínfimo detalle cuenta tanto como toda una vida.

Es que jamás vamos a entender. La historia la cuentan sobrevivientes. Siempre sabemos de la muerte por aquello que nos alejó de ella. Aquel momento en que vimos cuánta distancia nos separaba y por eso, no sabemos nada sobre ella. Nosotros, que nos quedamos acá abajo –o acá arriba–, no entendemos porque no tenemos forma ni manera.

Todo lo que se de la muerte me deja callado. Todo lo que se de la muerte me pone en jaque. Amenaza mi pasado, mi presente y mi futuro. Me dice todo lo que estuvo mal, lo que no debo y lo que hay que temer que suceda. Me inhibe y protagoniza momentos como el actor despechado que no consigue su papel. Desarma mis conclusiones lógicas como si mis ideas fueran frágiles gajos de fruta.

Aún después de tanta muerte seguimos en cólera, seguimos adrenalínicos y enérgicos en zonceras que en realidad… no importan. No tienen peso específico y no pueden conmovernos, no pueden deslumbrarnos.

Al final, las pocas veces que pienso la muerte me retracto. Al final, la espiritualidad no es suficiente si a cada segundo vamos a olvidarla en pormenores usuales, ordinarios. Detalles que insultan el sentido.