martes, 4 de octubre de 2016

Sin chape

Son las siete, o quizás las ocho. En los fuegos de octubre me enciendo en nervios constantes y busco en un cajón de ansiedad el cuchillo para cortar un rato con todo. Los metales del nuevo amanecer taladran duro y me levanto a ver qué pasa. De repente el sol aparece nuevamente, no era un simulacro.
Al son de las botas camino hacia el mate, que me espera anhelando el toque de azúcar que no pienso darle, porque pienso dejarlo amargo. Son casi nueve minutos de caravana hasta que estoy sentado a punto de agazapar la ira y saltar raudo dejando atrás al alba. Puede ser que piense un rato y luego olvide tu olor, mezcla de pucho y perfume de no sé cuál.
No José. Te escucho como si fuera ayer y me río solo. Hasta pudiendo acusarte de estúpida me dibujas una sonrisa y acelero al centro. Cuadras rotas, sucias, gentes indiferentes. Cuanta vesania me brota cada vez que lo noto —siempre, he de decir—. Sigo riendo, porque casi siempre vuelvo a recordarte llegando al cruce, épico de bluses y poesías.

Media mañana y ya me olvidé de todo. Salgo y piso las piedritas, hay como un viento genial y el sol me pega en los ojos. Y ahí estas de nuevo. Supongo que miento a cada momento diciendo que me olvido. Me río y empiezo de nuevo mañana.