miércoles, 3 de junio de 2015

El tercer yo

Atreverse a encontrar el piso no es vulgar designio mentado para cualquiera. No. Ante todo porque se requiere dejar sentar los pies sobre el mismo, como quien sabedor del golpe inminente no endurece una sola fibra, y se resigna al impacto.

Que la vida es bello peligro, ya lo ha sostenido algún lúcido poeta, encontrándose así con la luz de todo lo que nos habita y, mejor aún, viviéndola.

Soy adicto a la adrenalina, y no porque me arroje al vacío, sino porque a cada segundo me recuerdo lo delicado de esta gran vasija agrietada y me digo con voz tenue “hay que temer, porque todo puede romperse instantáneamente”.

No reflejo el más mínimo temor, y subvierto entonces una proyección sobre una pared cargada de prejuicios a la que, en realidad, no presto la más mínima atención. Es que merece poca, habida cuenta de que soy aún sin ella.

Por eso la calma hoy es frío. Por eso soy uno en el frío y en mi tiempo, de nadie más. Por eso soy calma en busca de tenue equilibrio y conexión que tanto anhelé siempre y a donde siempre equivoco el camino.

La proyección en la pared, subvertida, aún así es. Cierta veta cómica de los dioses.