Atreverse a encontrar el piso no
es vulgar designio mentado para cualquiera. No. Ante todo porque se requiere
dejar sentar los pies sobre el mismo, como quien sabedor del golpe inminente no
endurece una sola fibra, y se resigna al impacto.
Que la vida es bello peligro, ya
lo ha sostenido algún lúcido poeta, encontrándose así con la luz de todo lo que
nos habita y, mejor aún, viviéndola.
Soy adicto a la adrenalina, y no
porque me arroje al vacío, sino porque a cada segundo me recuerdo lo delicado
de esta gran vasija agrietada y me digo con voz tenue “hay que temer, porque
todo puede romperse instantáneamente”.
No reflejo el más mínimo temor, y
subvierto entonces una proyección sobre una pared cargada de prejuicios a la
que, en realidad, no presto la más mínima atención. Es que merece poca, habida
cuenta de que soy aún sin ella.
Por eso la calma hoy es frío. Por
eso soy uno en el frío y en mi tiempo, de nadie más. Por eso soy calma en busca
de tenue equilibrio y conexión que tanto anhelé siempre y a donde siempre
equivoco el camino.
La proyección en la pared,
subvertida, aún así es. Cierta veta cómica de los dioses.