Todas
las ideas de un imperio, de un ejército de un solo hombre, se han ido. Se
perdieron olvidadas en los días, en el exilio de la esencia que las apartó
tirano, sin dudarlo un momento. ¿Cómo es posible el sueño blanco repentino, que
abrumadoramente toma el poder? ¿Cómo explican todos esos prometedores ayeres,
los mañanas de ansiedad interminable y vacíos negros?
Sabía
de cierta receta para encontrar consuelo. Excéntrico antídoto que desconcierta
a la propia alma para hacerla encontrar su carácter, su fibra. La retórica de
lo que se presume sabido nunca es tan sensual, nunca se presenta épica. Ello mediante,
dio rienda suelta a la implosión de lo previsible, haciéndose trizas una vez
más, experimentando nuevamente la ausencia.
Las
risas en el concilio de los ángeles no tardaron en aparecer y fueron seguidas
de escasas opiniones apócrifas, talladas sobre tablas tirriosas con abominables
decoraciones y giros.
Sin embargo, en el espesor
de la noche abovedada, las estrellas brillaban augurando alegrías primitivas,
llenas de sentido y de vigor. De repente, pensó que quizás construir desde las
trizas no fuera lo mismo cada vez. Justo allí retomó el rumbo y encontró alguna
de aquellas perdidas ideas al calor del sol, en un claro con pastito verde y
buena brisa.