Aportando al registro virtual un poco mas de material de extorsión futura y haciendo uso de genialidad ajena, los dejo deleitarse con un escrito de Gabriel Avalos.
TRES MENTIRAS ACERCA DE NATALIA BIGLIERI.
-¿cuánto la deseas? preguntó Dios al hombre. El hombre contestó: ¡Oh
mi Señor! Todo lo que tu sabiduría infinita quiera concedérmela. -¡Obsecuente!
Le espetó Dios. -Sabes de mi amor misericordioso que nada lo niega y aún así
finges de humildad en mi presencia. Si no puedes hablarme con verdad, tampoco
serás digno de ella. Crearé para tí la duda, y en la duda eterna habrás de
construir tus cimientos. Con esas palabras Dios condenó su propia existencia.
Primera Mentira
Natalia Biglieri se paseaba por los pasillos de la facultad de
Derecho de la Universidad del Salvador con los senos desnudos. Bueno. No
desnudos. Denudos debajo de esa ¿remera? ¿camisa? ¿poncho? Que importa. Un
paso. Dos pasos. Tres pasos. Y al mismo compás sus tetas se movían de un lado
al otro, de un lado al otro, de un lado al otro. Todos las vimos. Se asomaban.
Los pezones se le animaban a la vergüenza en la mesa del bar de Chipi. ¡Cuánta
belleza! Lo negas. Lo negaste otra vez hoy cuando hablamos por teléfono. Dejame
pensarte desnuda. Regalame eso. Regalame algo. Conozco los tratados de
estética. Ví ciento tres senos de mujeres retratados; escuché siete tetas rozar
el abismo ¿Cuánto pesan? Todo dato merece acabar en las aristas. Nada detrás
del todo. ¿Y cuáles son los detalles a tener en cuenta? MMMM en primer lugar...
nada de estudios analíticos... nada de ensayos psicoanalíticos -ppssss-... una
auréola, y dentro, otra auréola, y dentro, otra aureóla... y así... ¿no es
acaso un espiral? La circunvalación es la figura geométrica por excelencia. No
se agota en aristas. En espiral se consigue el infinito. Así los pechos de
Natalia Biglieri. Infinitos. No. No. No. No son gigantes. No son minúsculos. No
son turgentes y no son fofos. No son blancos, ni son chocolate. Ni azules ni
rojos, ni verdes. Son dos. Número par que no se compite a sí mismo. Y Natalia
no compite consigo misma. No son pechos impunes, ni pusilánimes. Son pechos
arriesgados, desafiantes, observadores. Y observan. Te observan. Y en esa retórica
frontal te interpelan. Son seductores, mimosos, saltarines y juguetones.
Maleables, tersos, incorruptibles, altaneros, aguerridos y complacientes.
Compañeros, borrachos, alegres, exhultantes, exiguos, extenuantes,
emprendedores. Atletas, didácticos, mecenas, son censores. Son dos y no
compiten. Son complejos, oblicuos, tentadores, rapaces, veloces, volcánicos
-jamás bucólicos- jóvenes, cálidos, brillantes, rimbombantes, acogedores,
trabajadores, apasionantes, apasionados, embriagadores, carismáticos, auténticos,
alucinantes, extraodinarios, maravillosos. Son bellos. Dos bellos senos. ¡Ay!
¡Que belleza! Yo los vi. ¿Quién me lo niega? ¿vos? Natalia... Yo los ví. Los
toqué. Los saboré. Los olí. Los sentí. Los besé. Los acobigé. Los entendí. Los
amé. Y ay de mi alegría infinita. Infinita como tus tetas. Regalame tus tetas.
Regalame algo. Regalame esta mentira, ¿no me ves mujer que estoy feliz?
Segunda Mentira
Natalia Biglieri observaba desde un rincón del aula 216 de la
Facultad de Derecho de la Universidad del Salvador. Ahí estaba escondidita
detrás de una puerta. Infiltrada. Hay veces en que la vida te regala la ventana
sin cortinas de un vecino, la sintonización accidental de una señal de cine
porno, y como en el caso de Natalia, la inesperada imágen de dos amigas
consumiendose las bocas como impúberes colegialas en el aula 216 de la facultad
de Derecho de la Universidad del Salvador. Eran las ocho de la mañana. Amanecía
por Callao. Victoria y Rocío caían los
párpados extasiados. Natalia tragó saliba. Se saboreaban el cuerpo. Rocío
extendió una lengua erguida y babosa recorriendole el cuello a Victoria.
Victoria le abrió paso a su mano y la dejó descanzar entre el jean rasposo y el
culito suave de Rocío. Lo acarició primero y lo apretó desgobernada después.
Sus lenguas danzaban. Una le mordió el labio y la otra repondió mordiéndole el
antítrago y lóbulo izquierdo. Natalia infló las fauces. Una gimió sedienta y la
otra escuchó extasiada. Natalia apretó el picaporte de la puerta. Las pelvis
vestidas se encontraban rítimicamente en un golpe de gracia. Victoria le
estranguló los pelos de la nuca a Rocío. Rocío se dejó. ¡Que par de tetas
monumentales victoria! Y nunca nadie volvió a colonizartelas como Rocío esa
mañana. Rocío se asfixió en tus tetas. Natalia retrajo los dedos de los pies.
El impune anonimato del voyerista que no compromete su cuerpo. Que maravilla.
El panoptico de la cárceles para ver a los presos coger. Vigilar y Castigar y
Tocarse. Todo el poder y toda la impunidad. Y toda la moralina sofista, para
custodiar el deseo de lo prohibido. Que morbo. Que morbosa. Natalia. Cuánto
morbo. Y cuán permitido que lo tenías. Esa es tu bendición de mujer. Si
hubieses sabido que nosotros te observábamos a vos. En todo acto sexual se
reivindica un poder. Hay una relación dominial que rige a las partes. El señor
y la cosa. ¿y de dónde es que viene esta erotización que gernerais vosotras
mujeres cuando os tocais tiernamente? En la dialéctica del amo y el esclavo, el
primero resulta el único condenado a su condición. El esclavo puede dejar de
ser esclavo. Desde una lógica falocéntrica la mujer que coloniza sexualmente a
otra mujer, opera, respecto del hombre -en tanto que amo- como el gallo
en la riña; como los gladiadores en la arena romana. Exita al Amo porque
su cosa no es más que una extensión de sí mismo y de su dominio. Una
conquista por extenso impeium. -Mi victoria es suya dominus. Dice el
esclavo. -Ensancha las arcas de mi poder y serás libre. Promete el otro.
Victoria. Gloriosa Victoria con tus testas asfixiantes. Natalia observó la
determinación de Rocío al imprimir los incisivos dichosos sobre ese par de
tetas, y acompañó el movimiento con el pellisquito suave de su clítoris. Nunca
nadie te dará tanto placer como vos misma aquél día. Gobernate. Mi dómina.
Dómina mia. Lo erotico es la dignificación del sexo a través de la fantasía
y la cultura. Pero ustedes mujeres impías fueron eternamente reales.
Aquella mañana en el aula 216 de la Facultad de Derecho de la Universidad del
Salvador está registrada en la memoria agradecida de José, José, Christian y la
mía. Ahora, en la de cada lector.
Tercera Mentira
Hoy te mentí. De nuevo. Te dije que te había escrito un cuento. Tal
vez este. No era cierto. Tuve intenciones en algún momento. A veces tus
palabras me hacen hacer cosas. Ahí. Ahí fue. Cuando nos vimos en Buenos Aires,
en febrero. Hacía calor. Me propuse escribirte para retarte. Para interpelarte,
¿y quién soy yo para interpelarte? Dirás. Me gusta interpelarte porque quedás
como indefensa. También me gusta mentirte porque adoro la reacción de tu falso
enojo cuando me descubrís. Tanto te pensé. Tanto. A veces dudo que mis
palabras, mis interpretaciones sean genuinas. ¿Acaso te he inventado? ¿Acaso no
inventamos a todos? Me he creado una falsa vos en la que pienso que el universo
es posible. Me decepcionás. Todo el tiempo me decepcionás. Se ha transformado
en un estado inalterable que se ejecuta infinitamente con tu condición de
ser. G R I T A R T E.
AHAHAHAHAHAHA!!!!!! ¿me escuchás? ¿y quién soy yo? Dirás. Me exhaspera. Me
exhasperás. Y te disfruto amargamente. Así me hacés. ¿me escuchás? Yo pensaba
que el mundo se arrodillaría ante tus pies de leopardo. Pero vos parecías más
preocupada por tus pies de leopardo ¡que indignación! ¡que impotencia! ¿qué
estás haciendo? ¿qué te estás haciendo? Ay tus ojitos lindos. Alicaidos hacia
los lados < > y esa vez que te paseaste con las tetas
desnudas por la facultad. ¡Que belleza! Hoy me lo negaste de nuevo. Regalame
eso. Regalame algo. Una mentira, dos mentiras, tres mentiras y así. Hablemos
así. Mientiendo. Hablar con vos es desaparecer el contorno de las cosas. La
firme convicción de la mentira. Tu mentira y tus tetas. Esas no son mentira. Mi
yo pensando un vos que no es. Tus tragedias de amores que no son, y que siempre
son. ¡Ay! volví a enojarme con vos. Ya no puedo escribirte. Ahora no quiero.
¿para qué? Si siempre hacés lo que querés. Caprichosa. Y cómo me gusta
consertirte. Yo ví nacer una reina. Pero para gobernar hay que sacar el ojo del
sócalo ¿interpelarte entonces? ¿para qué? No sé qué mentira es peor. La tuya
que te conmina a la tralla y al costal, o la mía que piensa que no te
pertenecen. Vayan ahora unas palabras sinceras: no me des nunca la razón. Al
menos mentime.-