sábado, 31 de agosto de 2019

De hoy en ocho días.


Hay una mancha que recorre la pared, me mira y se sonroja en toda su impunidad de evento incorrecto. Abstracta y provocadora me recuerda la fanfarria que precede al hechizo idealista, a las quimeras más enfáticas y a las más desopilantes ideas, tan ciertas ellas como la sed de los unicornios.
En el final, el olvido es inevitable. Se conjuran la desaparición de las neuronas con las ansias incendiarias de cada nuevo Prometeo, que se jactará de la originalidad de sus transgresiones, que predicará sus justicias con éxodos por las autopistas de los reyes.
Versiones interminables de mis pasos, que se abren a cada momento, que caminan desde otras voces. Susurra moribundo mi blasón, ensimismado desde hace ya tanto tiempo que no logra recordar cuestionarse, no logra cambiar y así saberse vivo. Recrudece en su impericia, respira cóleras mundanas y dialécticas intrascendentes para mantener vista en algo y bebe de vez en cuando.
La espesura del horizonte, la promesa de tiernos prados. El agobiante dilema de la mano que sostenga dueña el golpe, en el puñetazo preciso, en la alineación de los sucesos, en el estruendoso esplendor de los momentos.