jueves, 7 de abril de 2016

Objeción del ojo gris

No tiene sentido hablar cuando los viejos tambores no suenan. Quizás, solo quizás, no seamos otra cosa que el capricho de una fuerza adolescente. Un proyecto frustrado de un dios imprudente y –sobre todo- poco constante e incapaz de progresar en todo su acto estéril de potencia.
Un dado de oro en una nuez que gira y gira sin cesar, para dejar atónito hasta al más escéptico –no sin cierta justicia poética-, riendo a cada vuelta.
La fuerza naciente puede acabarse sin sentido en el instante preciso, como una hierba que se corta y ya seca se reconoce insignificante, mundana, prescindible y ausente en la memoria circundante de una gran máquina ordenadora del caos.
Haber venido desde lejos para ir al tiempo que nadie ve, al que nadie alcanza y sentirse parte de una profecía, expandirse lejos del núcleo singular, ególatra y libre. El caos tiene cierto sentido del humor. Las picardías de la maquinaria son patentes, más que en otro momento, en vela.
A la deriva, no hay tiempo que perder, no se lo posee. Y lejos ya de pedir un rediseño del espeluznante plan, creemos en él. Y si no se cree en él, se atestigua en días más hábiles que nosotros.
Cierto sentido del humor dije… alguien está muy entretenido. Cierto sentido del humor, pienso, quizás alguien no está.