No tiene sentido hablar cuando
los viejos tambores no suenan. Quizás, solo quizás, no seamos otra cosa que el
capricho de una fuerza adolescente. Un proyecto frustrado de un dios imprudente
y –sobre todo- poco constante e incapaz de progresar en todo su acto estéril de
potencia.
Un dado de oro en una nuez que
gira y gira sin cesar, para dejar atónito hasta al más escéptico –no sin cierta
justicia poética-, riendo a cada vuelta.
La fuerza naciente puede acabarse
sin sentido en el instante preciso, como una hierba que se corta y ya seca se
reconoce insignificante, mundana, prescindible y ausente en la memoria
circundante de una gran máquina ordenadora del caos.
Haber venido desde lejos para ir
al tiempo que nadie ve, al que nadie alcanza y sentirse parte de una profecía,
expandirse lejos del núcleo singular, ególatra y libre. El caos tiene cierto
sentido del humor. Las picardías de la maquinaria son patentes, más que en otro
momento, en vela.
A la deriva, no hay tiempo que
perder, no se lo posee. Y lejos ya de pedir un rediseño del espeluznante plan,
creemos en él. Y si no se cree en él, se atestigua en días más hábiles que
nosotros.
Cierto sentido del humor dije… alguien está muy
entretenido. Cierto sentido del humor, pienso, quizás alguien no está.