El
selector en graves y un bending que
te mueve el corazón. Entre nosotros hay un tiempo con olor a pastillita de
melón, de esas que ya no se consiguen porque no hay más… ya no hay más. Es posible
que tan solo sea mi imaginación, pero la sospecha de un augurio que va océanos
por delante es demasiado fuerte como para hacer oídos sordos. Lo que no se es,
en parte nos integra, pero se atomiza en escandalosa ausencia.
Rápidas
las euforias y ciclotímicos los humores del amor que se quedó en el tiempo,
nuestro tiempo, y que alguna picardía de la fuerza vino a despertar de su
helado sueño. Esa paradoja que nos recuerda a cada momento que segundo tras
segundo somos un poco menos nosotros, nos desgranamos y nos vamos yendo
despacito.
¿Y
qué hay de tu risa, qué? No se me permite adueñarme de ella, al menos si la
luna no duerme. Pero creo que es el miedo a morir perdido en espejismos… tal
vez no sean felices todas mis palabras al salir de mí. Tal vez caigan todas al
cruzar la frontera del calor de lo profano y se quemen en terribles gritos de
dolor.
No
he conseguido hasta hoy hablar sin consecuencias pesadas, sin rasgar todo.
Presiento que es deuda por saldar. Pero las explicaciones sobran si nos
consumimos, si a cada rato jugamos a romper esas cajitas en las que nosotros
mismos nos metimos.