Catatónico y en
estado de pánico evitas pensar. Hay una especie de precipicio dentro de cada
cono de esa caja vintage con la que
te derretís la cabeza. Es el abismo, tan grande y helado, que por momentos
parece cortar y por momentos resbala. Las alusiones están todas sentadas y te
miran como si hubiera algo nefasto en todo este sonido.
La noche que encierra
en su corazón el día más lindo de la primavera puede hacerte creer en
boludeces, pero a fin de cuentas terminás entendiendo la conexión de los
irrefrenables sucesos, de las crónicas vueltas de un viaje que no tiene héroes ni
traidores. Las ideas empiezan a ser menos, o quizás no… ¿es que son oscuras? ¿Qué es todo lo que no
puede resolverse pensando? ¿Y qué hay de todas esos hipotéticos berretas que (pensás)
resolvés a diario? ¿Qué es lo que gano y qué es lo que no?
Tu ancla de capa te
volvió a agarrar con un interrogante sobredimensionado, ¿sobrevalorado quizás? La
intelectualización es una herejía barnizada con óleo, empapelada con ediciones
lujosas de Cervantes… que se ahorca con un juego de cuerdas cero-diez y que
siempre, siempre, camina a tu lado, riendo e hilando incomprensibles frases
vertebradas por toda lógica de lógicas.
De la misma forma con
que pueden leerse en tus ojos todas las líneas del futuro, podés leer en mí el
sánscrito indescifrable de mi ansiedad. La lluvia va a caer, el sol va a arder
eternamente en lo que a mí concierne, y aún así no me figuro toda la foto. Todo
indica que esto de los axiomas no es lo mío.
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