Abre os teus
braços, meu irmão, deixa cair.
El
preludio de una tormenta intransigente no acostumbra coincidir con el sentido
de la oportunidad. El sonido tribal de las baldosas que corrieron bajo tus pies
por lo menos una hora sin parar. La crecida del asfalto que amenaza con dejarte
oliendo a brea y alquitrán. El grito del árbol que se convirtió en cuervo solo
para asustarte más. Todos ríen gravemente, pero nadie se inmuta. No creo que
los hayan notado. No creo que hayan notado que sobreactué.
Cuando
pasaste la segunda cuadra es posible que hayas parado. Es posible que te hayas detenido
al menos un segundo solo para probar si la presentías. Te pegas un jabón del carajo
porque pensás que paraste un segundo eterno. Ya no rieron más, quizás se quedaron
sin birras, sin puchos.
Se
me ocurre que, entre el silencio y ese segundo entreabierto, pudiste mirar y verla
a través de la puerta de un ojo negro. Se miraron y se rieron bastante, tanto como
para divertir la contabilidad de la economía universal y que un segundo sean todos
los que puedas imaginarte. Te vi quejándote
sobre el final y no entendiendo este tema del tiempo. Pero ella no hizo más que
reír y contagiarte.
La
tormenta camina hacia vos despacio, constante. Incluso estando en la altura no
serías capaz de huir. Muchas veces presagiaste en clave hostil… y ni eso va a
suceder. No entiendo bien por qué razón sonreís al mirar, incluso antes.
Pensas, entendes, decis, hablas… justo antes. Es pequeña. Ella es pequeña, pero
ahí está, eternamente enamorada.
Quizás
al abrir los ojos a la mañana de mañana, puedas soñar de nuevo esperando todo
un nuevo aliento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario