jueves, 8 de septiembre de 2016

La pequeña novia del carioca

Abre os teus braços, meu irmão, deixa cair.

El preludio de una tormenta intransigente no acostumbra coincidir con el sentido de la oportunidad. El sonido tribal de las baldosas que corrieron bajo tus pies por lo menos una hora sin parar. La crecida del asfalto que amenaza con dejarte oliendo a brea y alquitrán. El grito del árbol que se convirtió en cuervo solo para asustarte más. Todos ríen gravemente, pero nadie se inmuta. No creo que los hayan notado. No creo que hayan notado que sobreactué.
Cuando pasaste la segunda cuadra es posible que hayas parado. Es posible que te hayas detenido al menos un segundo solo para probar si la presentías. Te pegas un jabón del carajo porque pensás que paraste un segundo eterno. Ya no rieron más, quizás se quedaron sin birras, sin puchos.
Se me ocurre que, entre el silencio y ese segundo entreabierto, pudiste mirar y verla a través de la puerta de un ojo negro. Se miraron y se rieron bastante, tanto como para divertir la contabilidad de la economía universal y que un segundo sean todos los que puedas imaginarte.  Te vi quejándote sobre el final y no entendiendo este tema del tiempo. Pero ella no hizo más que reír y contagiarte.
La tormenta camina hacia vos despacio, constante. Incluso estando en la altura no serías capaz de huir. Muchas veces presagiaste en clave hostil… y ni eso va a suceder. No entiendo bien por qué razón sonreís al mirar, incluso antes. Pensas, entendes, decis, hablas… justo antes. Es pequeña. Ella es pequeña, pero ahí está, eternamente enamorada.

Quizás al abrir los ojos a la mañana de mañana, puedas soñar de nuevo esperando todo un nuevo aliento.

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