martes, 12 de febrero de 2019

Ocultatio nominis.


Un ave de vuelo rasante estropeó la calma de la tarde. El sol tersaba el aire, y fue trocado por la ambición de los ladridos nocturnos que hoy llegan a mi habitación.
La muerte que se abrió paso, la muerte que dejé pasar y la muerte que  me espera se han sentado en la mesa de mis días. Se han juramentado y ahora sonríen y beben, en nórdico júbilo, quién sabrá nunca por qué.
No te diré mi nombre y no me contarás tu hazaña, pues no tiene importancia lo que queda de lo sido.
Veremos juntos cuanto hay que predicar del hoy y del mañana, con el solo consuelo de la historia, maleable hembra sirena, que me delatará… que acabará por terminar conmigo.
La poesía, la novela, no serán bienvenidas en las risas y lágrimas de la habitación oculta, pues sufrirán el destino de los paganos, el destino de los no-pueblo.
Venga la música mi amigo, solo para vos y para mí, solo por un momento, a hablarnos de hermosas mujeres y húmedas tierras.
Sea absoluto nuestro ser y anhelos. Séalo siempre así, so pena de eternizar a los idiotas que relativizan la luz de la razón, de la dicha y del alma.
La esperanza del fuego, la alegría del aire y la vida del agua nos llaman. Vas a quedarte sin mí; voy a quedarme solo. Al final cumpliré con las cinco condiciones del pájaro, sin dichos de luz, sin dichos de amor.
Veré las hojas caer sin poder conectar. Mientras todos se hacen uno y el mismo, correré en todas direcciones a la vez, escapando lentamente de mí.
No doblegarán mi alma y no cambiarán mi espíritu, pues me siento en casa al sostener la voz que empuña la justicia en los diminutos instantes de la vida.
Preciso en los segundos y minutos, letal en los años, reiré de nosotros… el daño nunca fue tan grave, el casco estará intacto.
Reflejarán sus palabras desde los muros, ecos de la habitación del azar cuyos vertiginosos bríos de sal serán hallados heridos y sin mañanas. Solo entonces, mi amigo, escribiremos las cartas apologéticas que jamás habrán de ser nombradas.