Un ave de vuelo rasante
estropeó la calma de la tarde. El sol tersaba el aire, y fue trocado por la
ambición de los ladridos nocturnos que hoy llegan a mi habitación.
La muerte que se
abrió paso, la muerte que dejé pasar y la muerte que me espera se han sentado en la mesa de mis
días. Se han juramentado y ahora sonríen y beben, en nórdico júbilo, quién
sabrá nunca por qué.
No te diré mi nombre
y no me contarás tu hazaña, pues no tiene importancia lo que queda de lo sido.
Veremos juntos cuanto
hay que predicar del hoy y del mañana, con el solo consuelo de la historia,
maleable hembra sirena, que me delatará… que acabará por terminar conmigo.
La poesía, la novela,
no serán bienvenidas en las risas y lágrimas de la habitación oculta, pues sufrirán
el destino de los paganos, el destino de los no-pueblo.
Venga la música mi
amigo, solo para vos y para mí, solo por un momento, a hablarnos de hermosas
mujeres y húmedas tierras.
Sea absoluto nuestro
ser y anhelos. Séalo siempre así, so pena de eternizar a los idiotas que
relativizan la luz de la razón, de la dicha y del alma.
La esperanza del
fuego, la alegría del aire y la vida del agua nos llaman. Vas a quedarte sin mí;
voy a quedarme solo. Al final cumpliré con las cinco condiciones del pájaro,
sin dichos de luz, sin dichos de amor.
Veré las hojas caer
sin poder conectar. Mientras todos se hacen uno y el mismo, correré en todas
direcciones a la vez, escapando lentamente de mí.
No doblegarán mi alma
y no cambiarán mi espíritu, pues me siento en casa al sostener la voz que
empuña la justicia en los diminutos instantes de la vida.
Preciso en los
segundos y minutos, letal en los años, reiré de nosotros… el daño nunca fue tan
grave, el casco estará intacto.
Reflejarán sus
palabras desde los muros, ecos de la habitación del azar cuyos vertiginosos
bríos de sal serán hallados heridos y sin mañanas. Solo entonces, mi amigo,
escribiremos las cartas apologéticas que jamás habrán de ser nombradas.