viernes, 14 de agosto de 2015

De mi Padre.

A veces pienso si tengo un Padre, o tengo un amigo de esos con los que el silencio no es incómodo. Un amigo que me vio salir y que cuando me ve con cara de llegada, patea un poco el disco, porque sabe que todavía no llegué. Un amigo que me vio crecer mientras crecía y me enseñó mientras aprendía. Un amigo con autoridad de ley, gigante en su humanidad.

A veces pienso si tengo un Padre, o un compañero sobre el que descansar el peso de alguna arremetida. Uno de esos con los que se lucha con, y uno de esos con los que se lucha contra. Un compañero que empuja si está atrás y derrite hielo si es punta de lanza. Un compañero templado por gigantes en su humanidad.

A veces pienso si tengo un Padre, o un ídolo sobre el que escribir interminables libros. Increíbles fábulas sobre el martillo de Thor, y míticos dioses de los elementos. Un ídolo que encadena sus demonios y todas las mañanas les tira un poco de carne para que la cadena aguante. Un ídolo que en su humanidad, endiosa su derredor.

A veces pienso si tengo un Padre, o un recuerdo constante de que siempre puedo llegar más lejos, siempre puedo explotar más fuerte, que el horizonte es indefinido y que lo grandioso se presenta al vivirlo con naturalidad.

A veces pienso en mi amigo, a veces pienso en mi compañero, a veces pienso en mi ídolo y a veces pienso en mi recuerdo constante. Pienso en mi Padre.

miércoles, 3 de junio de 2015

El tercer yo

Atreverse a encontrar el piso no es vulgar designio mentado para cualquiera. No. Ante todo porque se requiere dejar sentar los pies sobre el mismo, como quien sabedor del golpe inminente no endurece una sola fibra, y se resigna al impacto.

Que la vida es bello peligro, ya lo ha sostenido algún lúcido poeta, encontrándose así con la luz de todo lo que nos habita y, mejor aún, viviéndola.

Soy adicto a la adrenalina, y no porque me arroje al vacío, sino porque a cada segundo me recuerdo lo delicado de esta gran vasija agrietada y me digo con voz tenue “hay que temer, porque todo puede romperse instantáneamente”.

No reflejo el más mínimo temor, y subvierto entonces una proyección sobre una pared cargada de prejuicios a la que, en realidad, no presto la más mínima atención. Es que merece poca, habida cuenta de que soy aún sin ella.

Por eso la calma hoy es frío. Por eso soy uno en el frío y en mi tiempo, de nadie más. Por eso soy calma en busca de tenue equilibrio y conexión que tanto anhelé siempre y a donde siempre equivoco el camino.

La proyección en la pared, subvertida, aún así es. Cierta veta cómica de los dioses.

jueves, 7 de mayo de 2015

Dieciséis.

Una noche, cansancio, un bar, amigos. El reverdecer etílico de todo lo que te estabas olvidando a la vuelta de la esquina. Todo lo que nunca se olvidó de vos, sabiendo que tanto bien te hace y que, aunque lo niegues, sigue ahí esperándote como si fuera una madre sabedora de que la distancia puesta por un hijo sirve para crecer.
Tanto bien te hiciera aquello, que así desearías fueran todos los segundos de cada día. Pero sos consciente de lo finito, de lo que termina. Es que todas esas cosas maravillosas le deben el calificativo a su caducidad.
Fue sin embargo un momento sobre los segundos finales de la noche. Dieciséis segundos fenomenales que duraron tanto más de lo que podrías haber esperado nunca. Esos dieciséis segundos se detuvieron en largas horas, a modo de gauchada del universo, a modo de tregua. Esos dieciséis segundos duraron más, mucho más.
Hoy, todo sigue siendo igual de injusto. El problema, es que todo es menos drástico. La vida está amotinada en un discurso pseudo-tolerante chicloso que ya se estiró demasiado. Ya no se puede sostener. El misterio de lo global te da ansiedad, porque todavía no descubrís, no vivís, no viajás, no conocés, no disfrutás… no. Definitivamente ya no se puede sostener.
Y es que el universo lo sabe. Como padre que no primerea, deja que todo pase, le pese a quien le pese. Pero a veces, nos da esos dieciséis segundos que duran más, que parecen eternamente expandidos. Esos dieciséis segundos que parecen materializar la posibilidad de un estado diferente, un tempo bien marcado.

Esos dieciséis segundos están por todas partes. Darán nueva esperanza cada vez que se presenten.