lunes, 13 de mayo de 2013

La casa contra un maní.

Que no sepamos cuál es nuestro punto de máxima expresión, el más alto y principal de todos (o más bajo y accesorio), me pierde y hace dudar, en ese agridulce vicio. Y pagando aun más caro de lo que Facundo advirtió el precio de la ignorancia, los veo sin seguir a las cabezas más altas que las suyas. Esa innata incapacidad por reconocerlas, lo sé, nos puebla de la cotideaneidad equivocada... ¿tal vez?
Y batiendo un demonio en silencio, ¿quién pudiera decir que está por el camino correcto, bajo pena de abyección y condena? 
Es este un mundo de demonios, y quien ha caído presa se enfrenta minuto a minuto con quien se sabe camarada de su propia oscuridad. Pero aquel se trenzará sin fin, porque no hay lugar en lo sobrenatural para la tortura, para la obsesión que insiste en no crecer.
Podría apostarlo todo ahora mismo, y ni aún así las leyes del azar serían capaces de doblegar lo que ya he forjado: la alegría primitiva, la moneda inmaterial con la que se paga el karma. 

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