jueves, 27 de junio de 2013

Las exteriorizaciones simbólicas

Todos significamos, relativamente, algo para alguien. Eventual y coyunturalmente somos lo viejo, lo presente o lo nuevo. Salvedad válida al respecto de las connotaciones –peyorativas o no– que pudieran hacerse al respecto, siempre caemos en alguna de estas características funcionales.
Así las cosas, no podríamos decir que uno, en tanto objeto o sujeto, signifique nada. Uno significa, entonces, en tanto exteriorizaciones simbólicas. Aún más, en ese orden de ideas, uno significa para sí mismo según sus propias exteriorizaciones simbólicas. La disociación entre el sujeto-objeto que nos compone y una suerte de entidad que se manifiesta, es evidente.
Las exteriorizaciones simbólicas se dan condicionadas por una serie de factores internos y externos. En los primeros, conviven dos clases de reacciones: las anteriores y las posteriores. Las anteriores son las puras, las inocentes y las más versátiles. Las posteriores siguen siendo internas, mas rígidamente condicionadas por los factores externos, y disimuladas a tal punto que ni en veinte años de diván podríamos encontrarlas en sus oscuras ciénagas.
Deberíamos concluir entonces, que las tres significaciones relativas están más ligadas a la noción temporal de lo que podría a priori deducirse. También deberíamos acordar, en que a fin de convivir con estas significaciones, debemos considerarnos como un tercero, a propósito de estas.
Entonces, puede uno encontrar quietud estando seguro de consagrar en la unidad de tiempo que desee, una parte de aquella entidad manifestada a cada una de las nociones temporales que caben en nuestra razón sin demasiado esfuerzo metafísico. No hacerlo estaría significando, finalmente, un insulto a nuestro significado.

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