La interminable
lucha de mis manos por resistirse a este mantra infantil que me afecta desde hace
un tiempo. No hay forma de evitarlo, las salidas se muerden el labio en señal
de soberbia actuada. Parece el libro de algún viejo estilo, o algún acertijo
que detesto.
Nuestra naturaleza
es inflexible pero se rinde ante la evidencia de la realidad, que le muestra su
verdad, la compara con herejías y le adelgaza el espíritu. Languidece nuestro
seño fruncido altivo ante el amor… acaso desconcertado por sus propios
cuestionamientos.
Montañas nobles
y orgullosas se elevan a mis espaldas, ávidas de incendios hermosamente
suicidas y frías y determinadas aguas, capaces de marcar surcos de sabiduría.
El centro hacia
donde voy y la calma de la providencia, que entregan certeza, que acallan
bestias y ansiedades, tal vez estén ebrios en la velada. Quizás no lleguen a
entender que Olivia, esa que amo, no mire al cielo o hable al sol y que aún así
sea inconmensurable.
Los destellos
del alba, la vida esfumándose dentro de la vida… los silencios que harías si
vieras una ínfima parte de lo que hubo para mostrarte. Si a cada pisada la
invocación me agita, la tierra me invade.
El espejismo ha
pasado, pero ha dejado su aroma en mis deseos. Ha resuelto un nuevo objeto. Ha
osado trascender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario