viernes, 10 de marzo de 2017

Esmeralda

La espesura de la noche trayendo calma de sueños, sosiego de rocas y tierra. Sorteó el escollo de otro amor y logró sentarse a contemplar, en el pulmón de esmeralda, los viejos edificios y algunas ventanas con luz. Hubo de reflexionar si él era todo, pero concluyó que se fue en mil partes. Estrelló el logro de la palabra más precisa, la que simple y graciosamente es una con la verdad, que da paso a la osadía de ser feliz.
Pensó en ver toda la tierra rodar sin pretensiones, con la paciencia química que todo lo degrada. El agua, el sol, las flores, el olor a humedad de las hojas en el suelo. Tanto corría por sus venas y, sin embargo, se sentó frente a la nada, quiso abrazarla y confesó tener miedo. Había iniciado allí el camino de la soledad, había matado en un solo instante todo el movimiento.
Las paradojas son sintierras, son sintiempos. Los espejos en los que se miran ríen siempre y no se les ocurre callar ante la chance que la bestia recuerde serlo, y los despedace sin la más mínima piedad. Todas las ilusiones tienen algo de realidad, y en su mágico anhelo destrozan la quietud del alma, invitan a la ansiedad.
Descubrir de pronto que el suceso no escatima en horas, días y meses, recorrió su espalda con helado presagio. Se encontró mirando en ese pulmón a sus propios ojos, a su propio corazón de león, a su propio ideal de trascendencia, a su propia razón. Todo eso se derrumbó con la más mínima grieta, la más indescifrable sugerencia, la más escandalosa gota de amor.

Quizás sea otro espejismo, o quizás haya encontrado la vida que se consume dentro de la vida. Vienen vientos del sur a la ventana, y susurran un río que corre agitado, alertan sobre todos los que vienen. Amanecerá mientras el sol lo acompañe, agradeciendo al alba hasta el más intenso dolor.

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