domingo, 2 de octubre de 2011

Las vicisitudes del Ser

Los pensamientos se me pierden como espiral adentro de mi mate galleta, amargo y verde como solo mi mate sabe estar para mí, cuando necesito del escape. Y amargo tras amargo pienso en lo que me viene dando vueltas y  me asusta tener tan claro. ¿Es que la sensibilidad nos es inherente? ¿O será que somos demasiado cobardes como para no entregarnos a los brazos de esa dulce dama inteligible?
La sensibilidad se dice de nosotros, por referencia al entorno. De ese entorno, los otros forman parte. La conexión es importante, dicen, para la sensibilidad, puesto que no puedo ser sensible a un algo con el cual no he conectado, de lo cual no he percibido su esencia.
Así las cosas, se me vuelve la pregunta a la cabeza y me pregunto por todas esas sensibilidades humanas que no son. Todas esas farsas montadas alrededor del propio miedo a experimentar lo que el otro experimenta: dolor, tristeza, la muerte.
Pienso entonces, y será motivo de revisión –mate mediante- más tarde, que hay una única posible sensibilidad. La sensibilidad del lado profano del espíritu. La del amor.

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