“…yo me ocupo del presente, el
futuro es asunto de Dios.”
El
tiempo es escaso, las dimensiones enormes. La vida es misteriosa, la nostalgia
inevitable. Las ansias son latosas, la experticia resbalosa. El enjambre está
prescripto, la codicia es admirable. Los anhelos son loables, la presencia es
aplastante. Las sonrisas son ingratas y aun, las grandezas son leales. Desencuentro
tras desencuentro la vida pierde su color de arte, su esencia perfumada; se
encierran en pasillos pequeños y oscuros, para blasfemar desde allí que lo mejor
nos fue negado, todos los que no agradecen.
El
salto hacia el vacío, las gotas de temor, las velas de un santuario que hace
tiempo no fervoriza y las tierras que acompañan girando a su aire, esperan que
haya calma para hablar irresolutas. Acuchillando el sentido del amanecer, la
luz trasciende, invade. Dictamina tirana que las eras han de venir, no se
detendrán, aunque en el espejo, que es otro, haya bienes de inconmensurable
arrojo, preciosos en cualquiera de estos universos.
Este
portón tiene el romanticismo de lo desconocido, tiene la promesa de la próxima
alba llegando hasta aquí en clave de felicidad, idílica en todas sus curvas,
utópica de todo insigne. Libertad, sujeto, contradicción… hablar amigo en la
ficción, resultó metáfora de mis leyes, indescriptibles hechos para explicar.
Cuando
el camino haya pasado, solo entonces habremos de ser honoríficamente recompensados
con márgenes para recordar, reír y trascender.
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