Cierra
las puertas y traba las ventanas. Deja todo que dramáticamente viene el
invierno a buscarnos, entre mantras y cantos helados de vientos entre hojas. La
verdad y el deseo de conservar para siempre el tiempo, mover rocas de aquí para
allá y no descansar, temerosos de ser oídos. En el hielo recrudecen ideas cada
vez más ingenuas y violentas… no los dejaremos pasar. No dejaremos que se
cobijen en nuestro fuego, pero no daremos voz de alto, sino solo silencio.
Lo
espeso del aire enredará la risa en árabes formas y las coplas melancólicas
serán consumidas hasta la médula. Nadie vendrá. Cierra todo no obstante, que la
incoherencia no nos impide actuar, y la codicia nos pone promediando la
madrugada. Bebe esos esperpentos, que debemos atravesar el río, pues hemos de
contar a todos la verdad, la mentira y las obscenidades del mundo al son de
aceros de fanfarrias.
La
espiral de los corazones no se conoce hasta que sangran. La esencia yace muerta
a cada resignación de autenticidad y la lloran sus asesinos. Sangres heladas y
pieles marchitas combaten, y con el tiempo conviven, y con el tiempo se
destruyen silenciosamente. El ruido a huesos rotos retumba en los acantilados
de las ansiedades y los vicios, en la angustia de una niña eterna y en la
lágrima del niño sin luz.
La
espesura de los bañados prados y el sol que esquiva el rocío de las hojas nos
miran atónitos. ¡Traidores todos, traidores todos a cada instante! Mas no nos desean
ni el consuelo de la muerte. Los tambores del destino no se detienen. No sentirán
lástima ante la revelación. La distorsión crecerá, la invocación será
inevitable y será el silencio.
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