domingo, 18 de diciembre de 2011

Sal

Todos tienen algo para decir. Hablar es gratis, hablar es adictivo, hablar es eso genial que nos vino a pasar justo a nosotros. Tenemos siempre algo importante que decir, o que callar; porque evidentemente igual grado tiene hablar que callar ante la posibilidad de no hacer cualquiera de las dos cosas. 
Hablamos para decir, para decir lo que pasa, para decir las cosas. Hablamos para tratar de sacar la verdad de ese lugar oscuro en el que la pusieron, de ese cajón al cual no llega la luz y no podemos iluminar porque la caja de Tres Patitos se humedeció y no prende ningún fósforo. 
¿Y no pensás que si todos hablan una verdad que no es la tuya, tendrías que replanteártelo todo? Pobre imbécil que tilda de locura a la pasión, pobre ingenuo que habla de soberbia frente a la vehemencia. Nadie debería hablar sin estar convencido de sus palabras, nadie debería callar sin estar convencido de que así debe proceder. Si hablás, hacelo con pasión, y que cada célula de tu cuerpo se encienda letra tras letra, palabra tras palabra. Errar nunca estará tan justificado como cuando se lo hace con la espada de la pasión y la entrega vehemente. Si callas, si eres esquivo, hazlo convencido de un proceder tan digno de imputación como el usar la palabra. 
Nunca dejes que te callen sin ideas, ni que te arranquen palabras sin voluntad, porque el que habla o calla usa la misma herramienta. 
Dominar el silencio, dominar el habla, son tareas para todos los días, en las que probablemente fracasemos una y otra vez. Pero la lucha está justo en medio, puesto que ni es correcto hablar todas las veces, ni tampoco callarlas. 
Pedir perdón es fácil, es gratis, pero es un vicio. 

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